En medio del ritmo acelerado de la ciudad, detenerse, tocar la tierra y observar cómo crece la vida puede parecer un acto revolucionario. Y si ese acto ocurre a través de las manos curiosas de niñas y niños, la revolución se convierte en juego, descubrimiento y comunidad.
En un mundo cada vez más acelerado y desconectado de la naturaleza, ofrecer a niñas y niños la oportunidad de aprender en un huerto es mucho más que una actividad divertida: es una experiencia formativa que deja huella para toda la vida.
Muchas infancias crecen lejos de la tierra, sin saber de dónde vienen los alimentos o cómo una pequeña semilla se transforma en vida. En el huerto, ese vínculo perdido se recupera: se siembra, se observa el ciclo de la vida, se aprende a cuidar lo que nos rodea.
Estar en contacto con la tierra desarrolla curiosidad, paciencia, empatía y autonomía. Un huerto enseña a esperar el tiempo de la vida. Cuando niñas y niños siembran, riegan, observan insectos o cosechan lo que sembraron, descubren el valor de la naturaleza que los rodea.



Además, el aprendizaje en un huerto:
• Estimula la motricidad y la coordinación a través de actividades prácticas.
• Fomenta el trabajo en equipo y la colaboración.
• Despierta la creatividad al permitirles explorar, experimentar y expresarse libremente.
• Conecta sus sentidos con los ciclos de la vida y el medio ambiente.
Aprender en la tierra es aprender con el cuerpo, con el corazón y con la mente. Cada semilla que germina, cada insecto que se observa, cada alimento que se cosecha se convierte en una lección real, cercana y significativa.
Además, en el huerto, todo se logra en comunidad. Se distribuyen tareas, se coopera y se resuelven retos juntos, fortaleciendo la empatía y el respeto.
🌱 Y por eso, este verano 2025, Huerto Tlatelolco abre las puertas a niñas y niños de 6 a 12 años para que vivan todo esto en nuestro Curso de Verano, donde sembrarán, cosecharán, cocinarán y aprenderán a cuidar la tierra en plena ciudad.
Un verano con las manos en la tierra y la mente llena de descubrimientos. ¿Nos acompañan?
